Han pasado sesenta y seis años
desde la creación del Estado de Israel sobre los territorios prometidos al
pueblo palestino por los gobiernos británico y francés. Sesenta años, y la paz
nunca estuvo tan lejos. Porque hoy el capitalismo se ha quitado todas las
máscaras y no se avergüenza en reconocer los enormes beneficios que obtiene de
las guerras, de las matanzas indiscriminadas, del genocidio.
Hagamos un ejercicio de
imaginación y pensemos por un momento, ¿qué pasaría si combinamos una economía
puntera en el sector de la seguridad, el ejército y el control de la población,
con una sociedad educada en el miedo y el odio al extranjero, y un Estado que,
azuzado por sus élites, construye un discurso belicista? Tenemos un puto
hervidero. Tenemos al Israel actual.
Los acuerdos de Oslo en 1993
fueron el último acercamiento bilateral serio por la paz. Se trató,
literalmente, de buscar una “paz de mercados”, en vez de una “paz de banderas”.
El mundo se estaba globalizando e Israel no quería verse aislado en un
interminable conflicto regional. ¿Cuál es el problema de una “paz de mercados”?
Que cuando la guerra se hace más apetecible para el “mercado” (como si no pudiéramos
ponerles nombres y caras a quién maneja los hilos) la política por la paz se
vuelve innecesaria, y a mayor violencia, mayores beneficios. Es lo que se
conoce como el índice armas/caviar.
Desde entonces, tras la caída de la URSS, y
con la llegada masiva de judíos soviéticos a Israel que, con la amable entrada
del capitalismo en sus ciudades se veían repentinamente sin protección alguna,
la sociedad Israelí se volvió menos dependiente del trabajo de los palestinos.
Entonces, ganó el Likud, el partido de la derecha. Likud en Israelí significa
“consolidación”. Consolidación, de un modelo basado en la diferencia y en la
paranoia. A medida que la inversión en seguridad y vigilancia daba beneficios a
las élites isaelíes, la sociedad se iba estratificando, aumentando la brecha
entre ricos y pobres. ¿Y qué mejor manera de distraer a la población de esta
realidad sino con un conflicto entre naciones en una “lucha contra el terror”,
contra los enemigos del israelita? El sionismo exacerbó los ánimos nacionalistas
de los isaelíes más conservadores y ultraortodoxos. La paranoia post 11S
contribuyó a la creación del muro que rodea Cisjordania mientras los
asentamientos israelíes en suelo palestino se multiplicaban, el racismo se
convertía en moneda común y los hijos de aquellos que sufrieron los campos de
concentración del nazismo reían las pedradas de sus hijos a los niños
palestinos.
¿Y qué decir a aquellos que
insisten en que esto es una guerra y no un genocidio? Quizá simplemente no
saben que Israel no permite a la Autoridad Palestina pagar sueldos a sus
empleados públicos. Quizá no saben que el control de las fronteras de Gaza
impide desde la pesca de subsistencia hasta el paso hacia Egipto, o que matar
niños en una escuela de la UNWRA es, sencillamente, injustificable. Una
población que vive completamente controlada, a la que le controlan los recursos
hídricos (el 90% del agua de Gaza está contaminada, y los suministros proceden
de Israel, que ha dejado convenientemente al otro lado de sus zonas de
seguridad los pozos y fuentes de agua dulce), la electricidad, los campos de
cultivo o dónde y cómo trabajar para no morir NO es libre. Esto NO es una
guerra, ni tampoco es una operación contra el terrorismo. Esto es,
sencillamente, la fusión de los intereses del capitalismo y las élites
manejando el Estado y la opinión. Una mezcla del sistema banustán de apartheid sudafricano y el gueto de
Varsovia. Parece mentira cómo se repite la historia.
Mientras tanto, Occidente y la
Liga Árabe asisten cruzados de brazos a este vergonzante espectáculo, condenado
por múltiples resoluciones de la ONU. A Haneen Zoabi, parlamentaria de origen
árabe la expulsaron de la Knesset, el parlamento de Israel, y le quieren quitar
la ciudadanía. La universidad de Tel Aviv ofrece ventajas a aquellos que
participen en la ofensiva contra Palestina. Los bancos se patrocinan con
publicidad militarista, y las empresas (como Garnier) regalan productos a los
soldados, y cada ataque mejora la popularidad del Likud y Netanyahu, mientras
el 96% de la población israelí no considera que se esté haciendo un uso
excesivo de la fuerza.
Los ashkenazi –judíos europeos,
mayoritariamente de izquierdas- están enfrentados a los mizrahi, que junto a
los judíos rusos han reaccionado al clasismo de los primeros fomentando el
derechismo entre sus filas, y de esta manera, en Israel el fascismo ya no solo
grita “Death to Arabs” también “to the leftists”. Hay miedo en la calle, porque
empresas y Estado, a base de propaganda y manipulación del discurso, han
convertido el apoyo a la paz en poco más que un acto de traición. ¿Qué pasará
con aquellos que se opusieron a la ofensiva cuando no queden palestinos que
matar? ¿Hay que obedecer el autoritarismo de un Gobierno genocida? Una
democracia no es tal si carece de humanidad.
Por estas y muchas otras razones,
desde Juventud por los Barrios queremos denunciar el genocidio que patrocinan a
partes iguales Israel, los Estados que apoyan estos crímenes (entre los que
encontramos a España) y a las empresas que se benefician a costa del
sufrimiento humano. El capitalismo es una máquina insaciable capaz de masacrar
pueblos, envenenar la tierra o matarnos de hambre si eso puede proporcionarle
beneficios. Por eso, y dada la complicidad de nuestros gobiernos, desde
Juventud por los Barrios apoyamos la iniciativa BDS (Boicot, Desinversiones y
Sanciones a los productos cuyo código de barras comience con 729), así como la
recogida de medicinas para el envío a la Franja de Gaza. Porque si en
situaciones de injusticia eliges la indiferencia, has elegido el bando del
opresor.
Para más información sobre el BDS:
Para más información sobre el desarrollo histórico del
conflicto:
Para mayor conocimiento de la posición de Hamás y la
situación de los diferentes grupos en Palestina (EN INGLÉS):
Información extraída de:
LIBRO:
Klein, Naomi. La doctrina del shock. El
auge del capitalismo del desastre. Pp 560-573.
Ed: Paidos Ibérica.
INFOGRAFÍA: