sábado, 9 de agosto de 2014

Sionismo, genocidio y capitalismo

Han pasado sesenta y seis años desde la creación del Estado de Israel sobre los territorios prometidos al pueblo palestino por los gobiernos británico y francés. Sesenta años, y la paz nunca estuvo tan lejos. Porque hoy el capitalismo se ha quitado todas las máscaras y no se avergüenza en reconocer los enormes beneficios que obtiene de las guerras, de las matanzas indiscriminadas, del genocidio.
Hagamos un ejercicio de imaginación y pensemos por un momento, ¿qué pasaría si combinamos una economía puntera en el sector de la seguridad, el ejército y el control de la población, con una sociedad educada en el miedo y el odio al extranjero, y un Estado que, azuzado por sus élites, construye un discurso belicista? Tenemos un puto hervidero. Tenemos al Israel actual.
Los acuerdos de Oslo en 1993 fueron el último acercamiento bilateral serio por la paz. Se trató, literalmente, de buscar una “paz de mercados”, en vez de una “paz de banderas”. El mundo se estaba globalizando e Israel no quería verse aislado en un interminable conflicto regional. ¿Cuál es el problema de una “paz de mercados”? Que cuando la guerra se hace más apetecible para el “mercado” (como si no pudiéramos ponerles nombres y caras a quién maneja los hilos) la política por la paz se vuelve innecesaria, y a mayor violencia, mayores beneficios. Es lo que se conoce como el índice armas/caviar.
 Desde entonces, tras la caída de la URSS, y con la llegada masiva de judíos soviéticos a Israel que, con la amable entrada del capitalismo en sus ciudades se veían repentinamente sin protección alguna, la sociedad Israelí se volvió menos dependiente del trabajo de los palestinos. Entonces, ganó el Likud, el partido de la derecha. Likud en Israelí significa “consolidación”. Consolidación, de un modelo basado en la diferencia y en la paranoia. A medida que la inversión en seguridad y vigilancia daba beneficios a las élites isaelíes, la sociedad se iba estratificando, aumentando la brecha entre ricos y pobres. ¿Y qué mejor manera de distraer a la población de esta realidad sino con un conflicto entre naciones en una “lucha contra el terror”, contra los enemigos del israelita? El sionismo exacerbó los ánimos nacionalistas de los isaelíes más conservadores y ultraortodoxos. La paranoia post 11S contribuyó a la creación del muro que rodea Cisjordania mientras los asentamientos israelíes en suelo palestino se multiplicaban, el racismo se convertía en moneda común y los hijos de aquellos que sufrieron los campos de concentración del nazismo reían las pedradas de sus hijos a los niños palestinos.

¿Y qué decir a aquellos que insisten en que esto es una guerra y no un genocidio? Quizá simplemente no saben que Israel no permite a la Autoridad Palestina pagar sueldos a sus empleados públicos. Quizá no saben que el control de las fronteras de Gaza impide desde la pesca de subsistencia hasta el paso hacia Egipto, o que matar niños en una escuela de la UNWRA es, sencillamente, injustificable. Una población que vive completamente controlada, a la que le controlan los recursos hídricos (el 90% del agua de Gaza está contaminada, y los suministros proceden de Israel, que ha dejado convenientemente al otro lado de sus zonas de seguridad los pozos y fuentes de agua dulce), la electricidad, los campos de cultivo o dónde y cómo trabajar para no morir NO es libre. Esto NO es una guerra, ni tampoco es una operación contra el terrorismo. Esto es, sencillamente, la fusión de los intereses del capitalismo y las élites manejando el Estado y la opinión. Una mezcla del sistema banustán de apartheid sudafricano y el gueto de Varsovia. Parece mentira cómo se repite la historia.



Mientras tanto, Occidente y la Liga Árabe asisten cruzados de brazos a este vergonzante espectáculo, condenado por múltiples resoluciones de la ONU. A Haneen Zoabi, parlamentaria de origen árabe la expulsaron de la Knesset, el parlamento de Israel, y le quieren quitar la ciudadanía. La universidad de Tel Aviv ofrece ventajas a aquellos que participen en la ofensiva contra Palestina. Los bancos se patrocinan con publicidad militarista, y las empresas (como Garnier) regalan productos a los soldados, y cada ataque mejora la popularidad del Likud y Netanyahu, mientras el 96% de la población israelí no considera que se esté haciendo un uso excesivo de la fuerza.
 Los ashkenazi –judíos europeos, mayoritariamente de izquierdas- están enfrentados a los mizrahi, que junto a los judíos rusos han reaccionado al clasismo de los primeros fomentando el derechismo entre sus filas, y de esta manera, en Israel el fascismo ya no solo grita “Death to Arabs” también “to the leftists”. Hay miedo en la calle, porque empresas y Estado, a base de propaganda y manipulación del discurso, han convertido el apoyo a la paz en poco más que un acto de traición. ¿Qué pasará con aquellos que se opusieron a la ofensiva cuando no queden palestinos que matar? ¿Hay que obedecer el autoritarismo de un Gobierno genocida? Una democracia no es tal si carece de humanidad.
Por estas y muchas otras razones, desde Juventud por los Barrios queremos denunciar el genocidio que patrocinan a partes iguales Israel, los Estados que apoyan estos crímenes (entre los que encontramos a España) y a las empresas que se benefician a costa del sufrimiento humano. El capitalismo es una máquina insaciable capaz de masacrar pueblos, envenenar la tierra o matarnos de hambre si eso puede proporcionarle beneficios. Por eso, y dada la complicidad de nuestros gobiernos, desde Juventud por los Barrios apoyamos la iniciativa BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones a los productos cuyo código de barras comience con 729), así como la recogida de medicinas para el envío a la Franja de Gaza. Porque si en situaciones de injusticia eliges la indiferencia, has elegido el bando del opresor.

Para más información sobre el BDS:
Para más información sobre el desarrollo histórico del conflicto:
Para mayor conocimiento de la posición de Hamás y la situación de los diferentes grupos en Palestina (EN INGLÉS):
Información extraída de:
LIBRO: Klein, Naomi. La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre. Pp 560-573. Ed: Paidos Ibérica.
INFOGRAFÍA:




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